El día más esperado
Recuerdo que sentía tanta fascinación por que llegará. Por los regalos escondidos, los adornos brillantes, el papel y las cintas, escribir nombres en pequeñas tarjetitas con tanto esmero, tanta dedicación. Eso hacía especial cada regalo, aunque a veces fueran más por deber que por querer. Sin embargo, siento ahora una profunda decepción. Un vacío que no puede ser llenado con un saludo a la mañana siguiente. No soy creyente, ni pretendo serlo, pues veo y siento que en cada uno existe un pequeño dios, el de nosotros mismos, pero tanta indiferencia en estas fiestas me ha dado una tristeza incontenible.
Me ocurre que cuando algo me toca la fibra emocional, miles de cosas más lo hacen al mismo tiempo. El resultado es nefasto y termino enojada o apenada por un montón de cosas que probablemente no tengan solución y parecen más bien una madeja de problemas enrollados al azar.
A estas alturas sigo creyendo que es mejor volver y desempolvar mis recuerdos, tesoros que me quiebran por dentro. El quiebre no hace daño, mientras tenga sus límites.
Siempre es mejor volver atrás.
Quedarse atrás.
Lejos de este lugar y de estas personas.