No
soy buena formando relaciones con las personas. No hay amistades, ni
pareja, aunque sí pareciese que lo hay. Sólo engaño la mayor
parte del tiempo a quiénes me rodean, incluyéndome a mí misma en
este engaño tan doloroso como lo es admitir que en realidad estás
por tu cuenta, en completa soledad. No es de la soledad que te
permite apreciar esa ausencia de sonidos, sino de la que te carcome
desde adentro. Esto no es algo reciente, pero me ha tomado tiempo
comprender que es un problema, no una cualidad. En parte, se debe a
mi fascinación por los personajes dramáticos, densos,
desequilibrados y periféricos, aquellos sin la necesidad de
nadie, autónomos. Pasé creyendo por años que este era mi
modelo a seguir. Me veía y aún me veo a mi yo futuro en una casa,
disfrutando de esa soledad, de un trabajo sencillo, pero en todo este
sueño nunca se hace o se hizo mención a las relaciones que tengo,
por que de lleno no las tengo y es probable que no las tendré. Tengo
demasiado miedo, todo el tiempo, no se nota pero está siempre
presente, señalandome los riesgos y midiendo las consecuencias. Temo
de cada acción, de cada palabra, de cada interpretación mía y de
los demás. Tergiverso todo a mi favor, porque si no lo hiciera
sentiría que no hay escape. Sin huída, me vería obligada a atarme
a ese espectro, a esa persona y eso temo más que cualquier cosa. A
que se me vea frágil, quebrantable; a que me conozcan de verdad, a
que piensen que soy un fraude; que se desilusionen de mí, que se
burlen de mí, que me adjudiquen a un concepto: enfermiza, ignorante,
victimista. Con esto no justifico mis acciones, sólo intento
expliclarlas un poco.
He
jugado por demasiado tiempo a querer. Ni siquiera querer, porque es
un intento, vano y obseno, para alcanzar algo que obviamente no está
a mi alcance. Me he escudado en estupideces, culpando a mi condición,
culpando a mi inseguridad, a mi falta de inteligencia o de criterio
para abordar las situaciones, pero no. La culpa es mía por querer
intentar querer, por tratar de conseguir algo sin considerar ni el
proceso, la mediación o la mantención de aquel estado. He estado
solamente jugando y de jugar tanto tiempo he llegado a creer que eran
reales todas esas situaciones. Repetí el mismo patrón para
autoconvencerme de algo de lo que ni siquiera estaba segura. No puedo
querer a alguien de la nada: no hay confianza, sólo pésimas
intenciones que parecen ridículas una vez expuestas. Eso explica el
cansancio de “tener que”. Tenía que salir, tenía que ir de la
mano, tenía que hablar, tenía que escuchar también. Eran partes,
no obligaciones, pero partes de un compromiso implícito al que me
adherí sin saberlo, sin proponermelo y que no cumplí. Esperaba un compromiso
explícito para realizar esa acción, de comprometerme. Esto se
repite, lo repito, una y otra vez; cada vez degenera aún más,
convirtiéndose en una barrera que me impide progresar y me llena de
remordimientos. No me siento orgullosa de ser así, porque esto no es
un personaje dramático o romántico; es sólo un personaje con
múltiples facetas, un actor practicando un montón de personajes burdos de
montones de obras. He generado un desmedro tal que apenas puedo
cargarlo. Cargo la culpa de dañar a varias personas que no debía
dañar, ni siquiera intentar querer, porque no se lo merecían, tanto como por el dolor como por el cariño. Esas
personas no deben ser parte de un juego maquinado para luego ser desechadas
por un par de excusas que abogan fatiga y confusión. Esas eran
personas que confiaron en mí, pero yo nunca confié en ellas, sólo
les hice creer que todo estaría bien con el tiempo aunque dentro ya
sabía que destino les depararía. La ilusión se quiebra y con ella
el afán de seguir jugando esta vez. Debería alejarme un poco del
mundo para contemplarlo desde afuera, como he hecho hoy día, para
analizarlo mejor, para progresar de mejor manera, porque lo que hago
no considero que merezca perdón. Todos juegan con las personas, pero
pocos admiten que lo hacen. No por eso me siento bien de admitirlo.
El mismo problema engendró una necesidad constante de cortar con
todo, de admitirlo de una vez y sacarlo del sistema. No hay nada
mejor que liberarte de esas cargas, pero, ¿a qué precio? ¿Será el
costo - el castigo - tan alto que me haga dudar de lo que he hecho? A
estas alturas, ya decidí y la acción está ejecutándose: yo, aquí,
me sigo preguntando si estará bien que haga esto, si soy en realidad
la persona que digo ser o si, tal vez, la mentira ya se volvió parte
de la realidad, y es tan real que apenas puedo diferenciar entre ambos límites. Lo real de lo irreal.
Dhana querida. Me alegra muchísimo leerte, aunque no tanto ver tu estado de ánimo. Entiendo perfectamente todo lo que dices. "Tengo demasiado miedo, todo el tiempo, no se nota pero está siempre presente, señalandome los riesgos y midiendo las consecuencias. Temo de cada acción, de cada palabra, de cada interpretación mía y de los demás".
ResponderEliminarDios, te entiendo tanto. Es el pánico de acercarse. De no poder distanciarte lo suficiente antes de la explosión. Estoy en un estado parecido a ti, pero no escucho al miedo, y creo que eso me permite ser un poco más feliz que de costumbre. Hazlo y si te da miedo, hazlo con miedo.
Tampoco es fácil conectar con alguien, aunque quieras hacerlo. Esas cosas suceden sin apenas control por nuestra parte.
No sé cómo de mal te sientes contigo misma ni lo que crees que has hecho, pero yo creo que eres maravillosa y espero que sepas que aquí sí tienes una amiga.
De verdad.
Un abrazo fuerte, guapa.
Gracias por tu comentario, Ruth: siempre tienes una respuesta que me llena, me reconforta.
EliminarUna abrazo grande para ti.